02.01.2018

Adiós, maestro querido

Una despedida a Fernando Birri, con lágrimas en los ojos y el corazón contento. Por Horacio Verbitsky 
La noticia de la muerte de Fernando Birri me toma en un momento complicado. Cierre de la edición dominical de elcohetealaluna.com, nacimiento de la primera nieta que viene a airear el olor a bolas de los cinco forajidos que la precedieron. Pero igual quiero escribir unas líneas sobre él. Varias veces me han preguntado con asombro por qué digo que fue mi maestro. Para quienes no lo saben, mis comienzos en el periodismo a mediados del siglo pasado, fueron en la página de cine de Noticias Gráficas, donde dos veteranos me usaban para redactar las gacetillas, ir a ver los bodrios y liquidarlos en unas pocas líneas. Así lo conocí, yo no tenía veinte años y a sus 37 Birri me parecía un señor muy mayor. Sus primeras películas me deslumbraron:

- el mediometraje documental Tire Dié, sobre los pibes que se juegan la vida para pedir una moneda corriendo paralelos a las vías en un puente donde el tren baja la velocidad;
- Buenos días Buenos Aires, donde el narrador fue Hugo del Carril, a quien Fernando quería homenajear como uno de los precursores del cine que le interesaba, y
- La primera fundación de Buenos Aires, sobre el texto de Ulrico Schmidl dibujado por el inmenso Oski, donde el productor fue otro grande, León Ferrari, y
- el largometraje de ficción Los inundados, una sátira sobre la tragedia que ocurre en Santa Fe pero podría suceder en el Agrigento de Pirandello. Pasó más de medio siglo y el país no está mejor que entonces.


Poeta, titiritero, fundó la ejemplar escuela de cine de la Universidad Nacional de Santa Fe, donde maduró una línea de realismo crítico del cine nacional, por entonces oscilante entre el teléfono blanco de las mellizas Legrand (mi tío Alejandro fue el guionista de varias de esas entregas, en su casa escuchaba las discusiones con los actores sobre alguna escena, la forma en que Tinayre mandoneaba a Mirta) y los ecos locales del cine de autor de la posguerra europea. Mejor dicho, francesa. Porque también estaba Italia, donde Birri estudió junto con García Márquez en la escuela neorrealista de Cinecittà.

Aparte de la calidad de su obra, me impresionaba su austeridad y su empecinamiento, que poco después encontré también en Walsh. Birri vivía con su esposa Carmela en un minúsculo monoambiente en el barrio del cine, por Lavalle y Junín, donde la cama era una inmensa cajonera para guardar ropa e infinitos papeles, porque Fernando era un coleccionista obsesivo de documentos, un auténtico Collier. Los cronistas de cine no se interesaban demasiado en él, para sus paladares alambicados era un simplote populista. Tampoco lo ayudó el Instituto Nacional de Cinematografía. Mostrar a los trabajadores y a los pobres no es atractivo para los burócratas. El era consciente de lo que quería hacer y no le gustaba perder tiempo en pavadas. Cuando Los inundados obtuvo uno de los grandes premios en el Festival de Venecia escribí una nota para la revista Tiempo de Cine, donde ya se ve todo lo que aprendí con él y cuál sería mi forma de encarar el periodismo, hasta hoy.

Después quiso filmar una ficción sobre los inmigrantes de la pampa gringa con un guión en el que participarían Vasco Pratolini en Italia y mi viejo, Bernardo Verbitsky, en la Argentina. Nunca se pudo hacer y Fernando se marchó a Italia. Pasamos muchos años sin contacto. Cuando fundó la escuela de cine de tres mundos en San Antonio de los Baños, me invitó a conocerla porque decía que compartí sus sueños de juventud, que ahí podía realizar.

Los cubanos querían llamarle del Tercer Mundo, pero él insistió en que fuera de tres mundos. Plantó allí un árbol americano, uno asiático y uno africano y me pidió que los regáramos juntos. No tengo tiempo de revolver cajones hasta encontrar la foto que quiso que nos sacáramos. Sé que era enero de 1987 porque allí cuando nos enteramos de que había muerto Carlos Somigliana, el autor teatral (El Oficial Primero, sobre su experiencia en los tribunales) cuya mejor obra fue el juicio a las juntas de 1985, como principal asesor de Strassera, al que le enseñó de qué se trataba. En un microcine de La Habana vi Org, la película de varias horas que filmó en Italia mientras aquí reinaban las tinieblas de la dictadura. La vi con Laura Restrepo en un microcine con pocas butacas, en estado hipnótico, que es la única manera de entregarse a esa obra demente, pura poesía hermética, sin una traza del realismo anterior. Su espíritu libre volaba alto.

En uno de sus regresos, ATE y la CTA de Santa Fe lo homenajearon como se merecía. Pero además de actos y palmadas, editaron una caja de DVDs con toda su obra, un tesoro que debemos agradecerle a Jorge Hoffman, un extraordinario dirigente sindical. Me gusta pensar que su participación decisiva en la creación el mes pasado del Movimiento Obrero Santafesino, para resistir al espantoso gobierno que padece la Argentina, por encima de tiendas, quioscos y banderías pequeñas, es otra lección del maestro Birri, al que despido con lágrimas en los ojos y el corazón contento.

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/adios-maestro-querido/

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