El 19 de diciembre de 2001, en una Argentina atravesada por el hambre, la exclusión y la violencia institucional, una bala policial silenció la voz de Claudio “Pocho” Lepratti, a sus 35 años. Era militante social, trabajador del Estado, delegado de ATE, congresal de la CTA. Pero, sobre todo, era un compañero que había elegido estar del lado de los que menos tenían.
Aquellos días de diciembre fueron trágicos. El país estallaba como consecuencia de años de políticas de ajuste, desempleo, pobreza y desigualdad. La respuesta del poder fue la represión. En Santa Fe, como en otras provincias, la policía disparó contra el pueblo. Ocho personas fueron asesinadas, entre ellas Pocho, que murió cumpliendo su trabajo y defendiendo a otros.
En una escuela del barrio Las Flores, mientras cocinaba para niñas y niños que dependían de ese plato de comida, Pocho vio llegar a la policía. Subió al techo y gritó lo que cualquier persona con humanidad hubiera gritado:
“¡Bajen las armas, acá solo hay pibes comiendo!”
La respuesta fue un disparo directo a la garganta y murió en el acto.
No fue un exceso. No fue un error. Fue parte de una represión planificada contra los sectores populares y contra quienes organizaban la solidaridad y la resistencia.
La historia de Pocho no empieza ni termina ese día. Nacido en Concepción del Uruguay, su vida estuvo marcada por una búsqueda profunda: unir la fe, la ética y el compromiso social. Desde su paso por el mundo salesiano hasta su militancia territorial en el barrio Ludueña de Rosario, Pocho eligió siempre estar cerca, organizar, acompañar, construir desde abajo.
Trabajó durante años con niñas, niños y jóvenes de las barriadas populares. Impulsó talleres, campamentos, huertas comunitarias, proyectos productivos. Se formó en experiencias latinoamericanas de lucha y organización popular. Militó en ATE y en la CTA, acompañando conflictos, huelgas y protestas, convencido de que la dignidad también se defiende colectivamente.
Como trabajador de comedores escolares, Pocho sabía que el plato de comida era mucho más que alimento: era presencia del Estado, cuidado, abrazo. Por eso estaba ahí ese 19 de diciembre. Por eso gritó. Por eso lo mataron.
A 24 años de su asesinato, Pocho Lepratti sigue siendo una herida abierta y una bandera en alto. Su nombre está ligado a la memoria de aquellos días oscuros, pero también a la certeza de que hubo —y hay— quienes no se resignan, quienes no miran para otro lado, quienes ponen el cuerpo por los demás.
Desde ATE Santa Fe, honramos su vida y su militancia. Recordamos a Pocho y a todas las víctimas de la represión estatal del 2001. Y reafirmamos que no hay democracia plena sin justicia, sin memoria y sin un Estado que cuide a su pueblo y a quienes lo sostienen cada día.
Pocho vive en cada comedor abierto, en cada pibe cuidado, en cada trabajador que levanta la voz frente a la injusticia.
Porque hay nombres que no se olvidan.
Porque hay luchas que no se apagan.

